Clase 2 - Genocidio, etnocidio y resistencias indigenas en Tierra del Fuego
4. Derribar mitos sobre los Pueblos Originarios de Tierra del Fuego
Desde fines del siglo XIX, las relaciones entre el Estado, la ciencia y los pueblos originarios de Tierra del Fuego asumieron formas diversas. La Antropología, una disciplina vinculada desde sus inicios a proyectos coloniales y nacionalistas, ha producido una cuantiosa literatura etnográfica, arqueológica y etnohistórica para conocer y dominar los territorios. La Historia, por su parte, también ha sido cercana en su devenir disciplinar a los proyectos nacionalistas, y ha legado una enorme variedad de libros fundacionales que festejan la colonización y silencian el genocidio. Si bien en las últimas décadas los investigadores tendieron a abandonar estas perspectivas, algunos prejuicios se instalaron en la sociedad como si fueran verdades. Mencionaremos algunos:
Si no hablan la lengua no son verdaderos indígenas: este prejuicio parte de las representaciones culturalistas como aquellas elaboradas por Anne Chapman, una famosa antropóloga que, si bien hizo un importante aporte para el conocimiento de los rituales y trayectorias indígenas, también fue una de las voces más fuertes al declarar la extinción de los selk’nam. Como su interés se enfocaba en prácticas que habían caído en desuso hace décadas; el dominio de la lengua y el conocimiento de las costumbres la condujo a diferenciar entre últimos indígenas, mestizos y descendientes. Ahora bien, no se nace “puro”, mestizo o descendiente, sino que se es clasificado como tal por parte de quien tiene el poder de clasificar, por ejemplo, la ciencia y el Estado. Quien clasifica define quién es quién, qué puede “ser” cada uno y qué lugar ocupa cada quién en la sociedad.
Perdieron su identidad y su cultura: la identidad no es una sustancia, sino que es un proceso doble: de autorreconocimiento de un nos-otros y, a la vez, del reconocimiento de los otros. Como vimos en los contenidos de este eje, las condiciones para reconocerse y ser reconocidos como indígenas recién estuvieron dadas hacia fines del siglo XX. Entonces, los pueblos originarios de Tierra del Fuego no perdieron ninguna identidad, sino que la posibilidad de “ser” indígenas les fue negada. Tampoco perdieron la cultura, porque la cultura no es un conjunto de rasgos o cosas que se puedan “perder” o “implantar”. Como mencionamos previamente, la palabra que designa este proceso es etnocidio, puesto que estas afirmaciones, implícitamente, remiten a una inautenticidad.
Solo pueden saber su historia a través de los libros: a pesar del despojo ya mencionado, los pueblos originarios conservan la memoria de su pueblo. Ahora bien, el hecho de que esta memoria contraste con el conocimiento etnológico o no cumpla con las expectativas de personas que aún no comprendieron que todas las sociedades se transforman, no la vuelve menos valedera. Por otra parte, si bien las representaciones vertidas en los libros clásicos de Historia y Antropología han llegado en algunos casos a perjudicar a estos colectivos, son útiles para recordar y reencontrarse con los antepasados.
La colonización fue un encuentro de culturas: dado que es una abstracción, la cultura no existe allá afuera como una cosa o conjunto de cosas, ni es algo que llevemos dentro como una sustancia. Entonces, en primer lugar, las culturas no se encuentran entre sí, se encuentran los grupos humanos. En esos encuentros, determinados colectivos ejercieron su dominio sobre otros.
Tierra del Fuego fue colonizada por europeos: tal y como aprendimos en este curso, los Estados nacionales extendieron el ejercicio de la soberanía estatal sobre la región desde fines del siglo XIX.
Los pueblos originarios se extinguieron y son nuestras raíces: Hernán Vidal explica que, como en los ochenta la población había crecido exponencialmente y existía una gran diversidad, se desarrollaron una serie de políticas destinadas a generar un sentimiento de pertenencia al territorio. Así, desde entonces, se llevaron adelante acciones destinadas a “promover el arraigo” y construir una “identidad fueguina”. Ahora bien, como los pueblos originarios habían sido declarado extintos por el Estado y la ciencia, pasaron entonces a ser imaginados como el pasado de todos, hasta convertirse en “nuestros pueblos originarios” (extintos), como se suele decir. Sin embargo, el reconocimiento de los pueblos preexistentes también implica entender que tienen historia y que, tras décadas de invisibilización y de ser acallados, decidieron hablar y ser parte de lo que se dice sobre esa historia. Sin embargo, aún hoy, muchos intelectuales, agencias gubernamentales y otros tantos insisten en hablar unidireccionalmente en su nombre. Respetar a los pueblos preexistentes implica consultarles y darles participación real en los asuntos que les atañen.
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Si tienen ojos celestes, no son originarios: la colonización no implicó solamente un avance sobre los territorios, sino también sobre el cuerpo de las mujeres indígenas. Por esta razón, y porque obviamente la identidad no es una cuestión de “pureza racial”, muchas personas no cumplen con los estereotipos físicos esperados y son observados con sospecha. Esta es una actitud racista que, por supuesto, es experimentada como un acto de violencia por parte de muchas personas.